Los ciclos agrarios y reproductivo de los animales domésticos han marcado la vida social de la humanidad desde el momento de su sedentarismo; el miedo a la falta de recursos alimentarios o los momentos de abundancia llevaron a las diferentes culturas a crear rituales mágicos propios para lograr la multiplicación de los ganados y a obtener cosechas abundantes, y agradecer a los dioses los beneficios recibidos; por cierto sincretismo religioso la Iglesia Católica adoptó en algunas de sus ceremonias sobre todo tras la conversión de los pueblos barbaros y en especial de los celtas que dominaban gran parte de Europa y con una religión donde la naturaleza ocupaba un lugar destacado a diferencia de la romana o la judía donde el cristianismo tomó cuerpo.
El tiempo festivo de las diferentes culturas y han propiciado determinadas formas y usos en la religión y tradiciones populares, pudiéndose determinar que en aquellos meses en los que habitualmente se producen carestías de alimentos como son los meses de invierno en Europa se han generado celebraciones de carácter subversivo como Carnaval, Santos Inocentes, Obispillo, Navidad …con el deseo de alejar el miedo a la inanición, la muerte o la oscuridad por falta de luz que es proclive a la aparición de los espíritus. Por el contrario el tiempo de primavera han dado lugar a festivales para celebrar el regreso de la vida, la alegría de haber sobrevivido a la dureza del invierno y festejar la resurrección de la naturaleza, sobretodo en mayo donde el campo ha producido ya los primeros frutos y anuncia la futura cosecha, así como el nacimiento de animales domésticos.
En este sentido y centrándonos en la cultura celta extendida por toda Europa nos encontramos aún con la división del año en dos hemisferios idénticos de duración con dos inicios para esos diferentes momentos: el 1 de noviembre abierto al mundo espiritual o muerte y el 1 de mayo dedicada al dios Beltane, cuando llegaba el momento de sacar los rebaños a los pastos frescos de las montañas.
En esta ocasión nos centraremos en algunos de los rituales que el mundo celta practicaba en los inicios de la primavera pero sobre todo en la fiesta de Walpurgis que aún se celebran en todo el norte y centro de Europa y en los Países Bajos, que en definitiva recogen gran parte de los antiguos rituales celtas y que cristianizados pervivieron hasta la industrialización en nuestra población. Toda la geografía española y la América del sur recogen algunas de estas celebraciones como son los peleles (judas); las vírgenes niñas (mayas) o los palos mayos (cruces).
LOS JUAS
Esta fiesta tendría lugar en Carmona hasta finales del siglo XIX respondiendo a los mismos usos con los que se sigue celebrando en multitud de lugares de España y América del Sur, teniendo lugar el Domingo de Resurrección o en los días siguientes. Se trata de la realización de un muñeco (pelele) que representan al apóstol suicida (Judas). Estos muñecos, a veces representan satíricamente a algún personaje social, son realizados con ropas viejas y rellenos de paja. En tornos a ellos se produce una serie de acciones: el pelele será colgado, manteado, apaleado, disparado, descuartizado o quemado popularmente.
La costumbre celta establecía para la llegada del nuevo año en la primavera la realización de un sacrificio humano siguiendo el rito de la triple muerte celta consistente en ahorcar, quemar y sumergir en un caldero con agua a la víctima para propiciar la fertilidad de los campos, y en la que el fuego jugaba un importante papel purificador. Aún hoy el fuego es bendecido en la liturgia del Sábado Santo para conmemorar la Resurrección de Cristo, la víctima pascual.
La figura de Judas colgado de un árbol se adaptaba fácilmente al sacrificio humano realizado por los celtas, así que el fantoche sirvió para trastocar uno por otro, mediante esta práctica se exorciza el mal y se celebra el paso del invierno a la primavera, de la oscuridad a la luz, de lo malo a lo bueno, de la tragedia a la esperanza. y se aspira a la justicia cristiana.
Al ser una fiesta popular que organizaban libremente cada familia o vecinos de un barrio su celebración ha dejado pocos datos en la documentación y en la historiografía local. Solo desde mediados del siglo XVIII algunas normativas municipales intentan regular la fiesta de los Juas, siendo la última noticia sobre los peleles en Carmona el Artículo 14 de las Ordenanzas Municipales de 1876: «también se prohíbe en el Sábado Santo la exposición de judas y toda clase de disparos de fuegos».
LA FIESTA DE LA CRUZ (el Palo de Mayo)
El culto de las primitivas culturas europeas al árbol y sobre todo la céltica tenía su momento más destacado a la llegada de primavera en un festival dedicado al dios-patrón Belemnos. En lo que respecta a los ritos religiosos se sabe que levantaban hogueras de roble y de tejo verde, en la cúspide de las cuales colocaban el árbol-mayo (que parece simbolizar al roble sagrado). Mientras, los druidas, invocaban al dios de los ganados y de las cosechas para que les asegurase rebaños prolíficos y mieses abundantes. Este árbol talado en bosque sagrado y desprovisto de ramas era plantado en medio del poblado como signo de la presencia de la divinidad que aseguraba la fertilidad, siendo adornado con otros elementos vegetales como flores o frutos, y en torno al cual se danzaba mágicamente. Esta costumbre pervive aún en con denominaciones como «mayos», «Fiesta de los mayos» o simplemente «árboles mayos» y en el calendario católico se cristianizó con la fiesta de la cruz de mayo (hoy desaparecida de la liturgia la fiesta Invención de la Cruz).
En la actualidad no se puede hablar de un ritual unitario para la celebración de estas fiestas; casi podríamos afirmar que existen tantos rituales como pueblos, y no me refiero a pueblos bajo su concepción etnológica, sino en la puramente geográfica y en Andalucía desde antiguo el palo mayo vino a celebrarse con una cruz revestida de flores naturales o talcos ante la que se celebraban fiestas domésticas y de vecindarios. Estas danzas no son más que un trasunto de los bailes que aún se realizan en toda Europa en torno al palo de Mayo y en el que se entrelazan cintas con una clara simbología sexual. Las antiguas fiestas en Carmona en la que las cruces presidían plazas o patios de vecinos y ante las que se alargaban las noches con vino y baile hace ya décadas que desaparecieron, el último vestigio de esta fiesta lo constató Lería (De libertad incurable) en la calle Alférez en 1895, aunque por testimonios orales sabemos que pervivió hasta los años de la República, pues un año antes la Hermandad de la Quinta Angustia organizaba los bailes y fiestas de la Cruz de Mayo en el patio de san Francisco, no sin la dura amonestación del Arzobispado.
En un revival en los años ochenta del pasado siglo dará lugar a una celebración en la que los niños emularán con pequeños pasos al de las cofradías de penitencia, que recibirán el nombre de cruces de mayo. Costumbre que en Sevilla potenciará un concurso organizado en el Patio Banderas y adonde acudían con sus pasos en miniaturas. El auge conocido en ese periodo en las cofradías carmonenses de hermanos y aficionados al costal favoreció la aparición de grupos de niños y chavalones que imitaban las formas y usos de los pasos de Semana Santa con concurso oficial a imitación de la capital y premios que han ayudado a la creación de una afición entre la juventud al mundo de la trabajadera. Los pasos que portan son presididos por una cruz floreada como la que antaño presidía la fiesta. El sevillano Blanco White escribía en 1806, «Como muchas fiestas de la Iglesia vinieron a sustituir los ritos paganos, todavía tenemos restos del sagrado árbol en las pequeñas cruces que los niños adornan con flores y ponen sobre una mesa en la que arden velas compradas con los donativos de sus amistades» (Cartas desde España, IX)
LAS MAYAS
Pervive a duras penas en nuestra ciudad la más genuina de todas sus celebraciones – aún más debilitada desde que los minipasos usurparon el día que era propio-. Esta atávica fiesta de silla revestida y floreada queda como reducto de la fiesta de las Mayas, aquellas niñas vírgenes que instaladas en altares domésticos y callejeros recibían las ofrendas de los vecinos para ayudar a su ajuar casamentero y promover así la fertilidad y reproducción de la sociedad.
Hoy en su forma más pura pervive en multitud de pueblos españoles como en Colmenar Viejo. En 1613, en el Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubiasse recoge esta definición. “[…] maya y mayo es una manera de representación que hacen los muchachos y las doncellas poniendo en un tálamo un niño y una niña. que significan el matrimonio“; el de Autoridades (1734) define la Maya de este modo: “Una niña que en los días de fiesta del mes de Mayo por juego y divertimiento visten bizarramente como novia y la ponen en un asiento en la calle y otras muchachas están pidiendo a los que pasen den dinero para ella lo que les sirve para merendar todas. Dióse este nombre por el mes de Mayo […]. El Diccionario de Larramendi (1853) dice que Maya define «la niña que por mayo visten de muy de novia, y otras piden por ella «señora de mayo». El propio Blanco White testimonia la celebración de la fiesta de la Reina de Mayo tanto en Sevilla como en Cambrigde donde vivía: nombre de Maya que se da a la moza más bella del pueblo y que adornada con guirnaldas de flores, preside los bailes.
Las antiguas celebraciones precristianas celtas y romanas terminaron asimilándose pues era el tiempo de celebrar la fertilidad de campos, animales y mujeres. El propio mes tomó su nombre de la diosa Maia, la Bona Dea romana, diosa de la fertilidad femenina representada siempre sentada y con el cuerno de la abundancia de donde brotan los frutos y las flores. Sus fiestas reservadas sólo a mujeres terminaron equiparando a Ceres el de las diosas Mater Aufanias de origen ibérico y de cuyo culto quedan testimonios epigráficos en nuestra Necropolis. El sincretismo religioso en torno a las celebraciones mágicas de fertilidad terminaron absorbiendo igualmente los ritos celtas de Walpugis y de la Reina de Mayo, en la que mediante la representación de la hierogamia – matrimonio de dioses- procuraba la formación de parejas entre jóvenes bajo los árboles o bosques sagrados y que de esta forma terminó uniendo la fiesta del palo mayo o cruz de mayo con la de la Maya, que tal como hemos visto no define un objeto sino a una persona que es la muchacha exhibida como novia y coronada de flores. Puede que una fotografía de Bonsor que retrata a tres niñas ataviadas con guirnaldas florales junto a las murallas del Alcázar constituya el único documento que atestigüe esta forma festiva.
En la actualidad en Carmona la Maya ha quedado reducida a la silla (trono de la niña/diosa), revestida por la sábana o paño de pureza de los antiguos altares y testimonio tras la boda de la virginidad de la doncella y cuya representación es ocupada ahora por una estampa de la Virgen. La bandeja o platillo colocado en el asiento y la voz «un chivito pa mi Maya» nos recuerda el sentido oferente y petitorio en honor de la niña/diosa.
Descubrir en qué momento se produjo la transformación del altar fijo de la silla, y de los elementos paganos en la actual «capilla móvil nos es difícil, podríamos aventurar que se realizara en los años de la República empeñada en barrer significados religiosos de las fiestas pues la de la Cruz de Mayo se cambió por la del «día del Árbol» en las escuelas públicas – como hoy la de Navidad por la del solsticio o de invierno- , no sería extraño que el altar de la Maya desapareciera y al retomarse en una versión de niños con el nacionalcatolicismo la protagonista fuera la Virgen María a la que desde poco más de un siglo se le consagrará el mes de la diosa por antonomasia.
Quizás estemos asistiendo a los últimos coletazos de una fiesta que celebra la fecundidad y el crecimiento, la renovación de la naturaleza y de la sociedad, temas que hoy a una población que consume productos envasados le es totalmente ajenos.