LA VIDA EN UN VIERNES

Se estrena la primavera, irrenunciablemente, cada año en un viernes. No uno cualquiera. Es el viernes del amor y del dolor, el viernes de la memoria, el viernes de la gracia, el viernes de la alegría, el viernes del estreno como si fuera domingo en los zapatos azul noche de los chiquillos en la plaza. Esos niños que son regimiento de amor como revoltosos diablillos en un retablo de ánimas en el que juegan y sonríen, quebrando el silencio armónico y solemne de la santa compaña que custodia a la Virgen de Petroni. Es viernes de soledad, es viernes de sed, es viernes de coro en el que suena la letanía antigua: stabat mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa. A pesar de que, como a Montesinos, la memoria también escoge el camino más corto para herirme, sigue siendo ese viernes en el que de muchacho recorría las calles viejas en el paralelo y el meridiano de la cuadrícula de Nervión. Si cierro los ojos, es viernes en el antiguo convento de la Paz y suena Virgen del Valle junto al mercado de la Encarnación. ¿Cómo escribir de lo que no se tiene memoria? ¿Se puede tener nostalgia de lo que no se ha vivido? Me está faltando la plata estilizada de tu paso y las manos entrelazadas, orantes, de una novicia que reza agazapada entre un bosque de cera. Allí, allí donde la calle se hace torno y el torno sale al paso de la calle, me están faltando las voces africanas que siempre son plegaria para una de ellas, la única que pasea más allá de la reja de la clausura. No encuentro colgado en las paredes corazones traspasados ni tampoco salen al vuelo como palomas pies que se alzan bajo el templete metálico que es el joyero en el que caminas. No eres luz en la oscuridad estrecha que regresa por Ramón Cajal en la noche tibia de una primavera que se estrena. La nostalgia me alcanza al saberme de ti escondido, pensando que pudiste ser y que aún no te he visto. Que sigues siendo aquel recuerdo de chaval en el que te vi romper la ojiva de San Bartolomé y que, teniéndote a pocos metros, seguiré esperando a que llegues en una nueva primavera que se abre en Carmona. La Semana Santa se estrena en la memoria de quienes, de corazón, están inscritos en la cofradía de los siervos de María.